Jorge Valdano, fotografiado en Madrid en 2023 con motivo del 10º aniversario de la revista Líbero. Crédito: fotografía de Jerónimo Álvarez.

Por Jorge Valdano

Más allá del éxito, a un buen aficionado los mundiales le secuencian la vida. Hasta un desmemoriado como yo es capaz de recitar año y país de todos los mundiales. Se instalan en el recuerdo como consecuencia de las expectativas, las emociones, el orgullo o la vergüenza que provocan. 

En un tiempo y en un futbol donde la inmediatez manda, extraña que a un año del próximo Mundial empiecen a dispararse los análisis y los pronósticos. También las ilusiones, que son gratis. El salto de cuatro años entre uno y otro evento suele ponernos ante novedades organizativas, tácticas y reglamentarias que nos hablan de la evolución del futbol. 

Por primera vez al Mundial asistirán 48 selecciones. Cuantos más países participantes, más interés emocional, nos dice FIFA. Pero hay una regla de tres simple a la que el futbol está cada año más atento: a más partidos (pasaremos de 64 a 104), más dinero. Seguimos olvidando que la materia prima del producto llamado futbol son seres humanos. Cada año más partidos, más viajes, más estrés y más lesiones. Este combo en el que el dinero choca contra las dificultades físicas, está llegando a su límite. Como ocurre con el cambio climático, todos sabemos la solución, pero nadie hace nada para atacar el problema. 

También el reglamento se ha trastornado. El VAR ha convertido un juego métrico en uno milimétrico y algo aún peor: toma decisiones sin tener en cuenta la intención. Pisotones, codazos y manos son juzgados con un criterio cambiante que desconciertan al hincha. Tengo otro cargo contra el VAR: anula, demora o pone en duda el grito sagrado del gol. El reglamento siempre fue el mejor libro posible de este juego por su simplicidad, ahora cuesta entenderlo. 

También la táctica gana en complejidad. Un hincha de toda la vida no entendería ni una palabra de la charla técnica de un entrenador. El futbol es un territorio cada vez más metodológico. El problema no es, como en otros tiempos, el defensivismo y la especulación. En general, vemos equipos generosos en el esfuerzo (se ha mejorado mucho este aspecto) y valientes en su intención. Pero es tal el sobreanálisis de los partidos que todo se vuelve previsible. También la técnica sufrió las consecuencias del abuso de los entrenamientos a uno o dos toques, que le convienen al juego colectivo, pero penalizan el individual. El regateador, por ejemplo, es una especie en vías de extinción.

Pero no se desanimen. Esto es futbol y en su ámbito seguirán pasando cosas que volverán a emocionarnos. Nos encontraremos con los jugadores más talentosos del mundo. Ellos, Mbappé, Vinícius, Julián Álvarez, Lamine Yamal, Bellingham, Salah, Haaland, Musiala, Virgil Van Dijk, Rodri, Pedri, Mac Allister, Valverde… Son la prueba de que el talento tiene mil formas de manifestarse. Si a usted le gusta la nostalgia, seguramente podrá disfrutar del último Mundial de Messi y Cristiano, reyes absolutos del planeta futbol en los últimos veinte años. Y si le gustan los desafíos, hay cientos de jugadores que buscarán proyectarse durante el campeonato y a lo mejor alguno de los consagrados coincide con el que usted había intuido. Todo es posible en el fabuloso e imprevisible mundo del futbol.

Tres países, 48 equipos y el mundo entero con los ojos abiertos. No es para menos: ¿qué hay que hacer para que un país se convierta en un clásico del futbol? Ganar un Mundial. El guionista del infinito futbol ya está estudiando cómo sorprendernos. Tenemos un año para jugar con la imaginación y con las conversaciones. El mayor espectáculo deportivo del mundo ya empezó.


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