En la sauna de OOPEAA, terminada en 2019 para la Villa Koivikko (una obra de Aarne Ervi, a las afueras de Helsinki), una estufa de leña ayuda a calentar el vestidor y la zona de descanso. Crédito: Luana Rigolli.

Por Michael Snyder

Fotografía por Luana Rigolli

En una cálida tarde de septiembre en la subártica Finlandia, la arquitecta Laura Mattila se arrodilla sobre el pasto junto a una sauna que construyó hace ocho años junto con Mikko Merz —su pareja de vida y trabajo, de 49 años— en la localidad de Fiskars, un antiguo pueblo industrial transformado en una comunidad de artistas a una hora en coche al oeste de Helsinki. Mattila, de 40 años, no menciona la simetría casi perfecta de los dos volúmenes de 12.5 metros cuadrados que conforman el edificio (uno es el vestidor, el otro la sauna), separados por un espacio vacío abierto que enmarca el bosque; ni los elegantes ensamblajes, articulados como nudillos en las esquinas de su estructura de madera maciza. En cambio, prefiere platicar sobre cómo funciona la construcción: unas capas delgadas de lino entre los troncos proporcionan aislamiento; el calor residual de la estufa y la circulación del aire por debajo secan la sauna entre usos; las rendijas alrededor de las ventanas y los quicios en los marcos de las puertas permiten que las vigas se contraigan con el tiempo conforme van perdiendo humedad. “Si piensas en una casa de campo finlandesa, básicamente así es como se construye: un marco de troncos, un horno para cocinar y, después de vivir ahí por un tiempo, haces otro marco de troncos y rellenas el espacio que queda entre ambos”, explica Mattila. El cliente del proyecto, un director de orquesta y violinista de 54 años llamado Jan Söderblom, recuerda haberles pedido a los arquitectos “una combinación entre lo atemporal y lo arcaico”. Así que le ofrecieron algo prácticamente indistinguible de los graneros y saunas que las y los finlandeses han erigido durante siglos en su tierra austera.

La sauna finlandesa como la conocemos hoy surgió hace unos 3,000 años en el gélido umbral entre las edades del Bronce y del Hierro, aunque los baños de sudor han sido comunes en muchas culturas varios milenios atrás. A medida que la agricultura se volvió más difícil en las colinas y bosques de pinos, abetos y abedules que conforman la Finlandia moderna, algunas comunidades agrarias comenzaron a construir con troncos cortados con hachas graneros para trillar que fueran desmontables para poder moverlos según sus necesidades. Al atrapar humo en el interior de estas estructuras para secar cultivos de cebada y centeno, impregnaban las paredes de pino, la madera más común en Finlandia, con calor radiante, el mismo método que se usa hoy en la savusauna, o sauna de humo.

Con el tiempo, las saunas se convirtieron en el corazón de la sociedad finlandesa. En ellas daban a luz las mujeres, se trataba a los enfermos, se ungía a las personas moribundas. Las familias cocinaban sobre los hornos abiertos de las saunas y conservaban la carne y el pescado en su ambiente seco y cálido. Aunque fueron populares durante la Edad Media, los baños de sudor perdieron vigencia en el siglo XVI debido a las epidemias que asolaron Europa. Pero en la periferia septentrional del continente —una región empobrecida bajo el dominio sueco hasta 1809, y luego bajo el Imperio ruso durante más de un siglo—, las saunas de madera siguieron prosperando hasta convertirse en un pilar de la identidad doméstica cuando Finlandia logró la independencia en 1917. Como escribe el autor noruego-estadounidense Mikkel Aaland en Sweat, su historia sobre la tradición de las saunas a nivel global publicada en 1978: “Ningún otro país ha asociado tanto orgullo nacional a su baño”. 

Hoy, Finlandia cuenta con un sistema de bienestar social que compite con el de sus vecinos escandinavos, y cerca de tres millones de saunas para su población de 5.6 millones. En estos espacios “no importa cuánto dinero tengas ni a qué te dediques”, dice Saija Silen, una curadora de 48 años del Museo de Finlandia Central en Jyväskylä. “La sauna es la base de la igualdad finlandesa”.

También es la base de su arquitectura: la estructura en su estado más puro construida, siempre que sea posible, con el material original. Al igual que sus vecinos nórdicos, las y los finlandeses crecen dentro de una “cultura en la que la madera es parte de la vida humana”, menciona Lindsey Wikstrom, una arquitecta de 36 años y autora de Designing the Forest and Other Mass Timber Futures (2023). Los bosques cubren tres cuartas partes de Finlandia, más que en cualquier otro país de Europa. Allí los y las científicas estudian las propiedades tranquilizantes y antibacterianas de los interiores de madera y, en algunas zonas rurales llamadas “comunidades de madera”, molineros, aserradores y constructores viven lado a lado, formando “colonias de cadenas de suministro”, añade Wikstrom, “donde todos dependen de los y las demás”. Aunque sus arquitectos todavía no han construido rascacielos de madera como lo han hecho en Suecia o en Noruega, algunos estudios contemporáneos como Mattila & Merz, Livady Architects, OOPEAA y PES-Architects utilizan tanto troncos macizos como madera contralaminada para crear desde diminutas saunas de humo, hasta amplios spas en los centros de las ciudades. Estas estructuras no buscan innovar en la forma, sino conservar y expandir una tecnología ancestral. “Llevamos siglos construyendo así”, dice Mattila. “Sabemos que es perdurable”.

(Izq.) La construcción destinada al baño en la casa de verano del arquitecto Tuomas Silvennoinen en la costa sur del país fue levantada en 2015 sobre un afloramiento de granito que se adentra en el golfo de Finlandia. (Der.) La zona más baja y fresca de las saunas finlandesas tradicionales suele utilizarse para asearse, como en la Sauna en el patio (2017), de Mattila & Merz, en la colonia de artistas de Fiskars. Crédito: Luana Rigolli.

En 1925, un joven arquitecto llamado Alvar Aalto publicó un ensayo en un periódico local en el que proponía una ambiciosa estructura cívica con vistas a Jyväskylä, la ciudad de Finlandia donde creció. “¿Qué tipo de edificio debería ser? ¿Un museo de arte, una biblioteca, una iglesia? Nada de eso sirve”, escribió. En su lugar, sugirió una sauna, a la que describió como “el único fenómeno cultural verdaderamente finlandés”. Aalto, nacido en 1898 y fallecido en 1976, vivió en Finlandia durante una época de cambios radicales. Tras la Segunda Guerra Mundial, el país se industrializó y urbanizó mientras migraban más de 400,000 personas desplazadas de territorios ganados por la Unión Soviética. Al mismo tiempo, las saunas fueron pasando al ámbito privado: a partir de los años 70, las inmobiliarias cambiaron los baños comunales de los conjuntos habitacionales de principios del siglo XX por saunas eléctricas.

Aalto y su primera esposa, Aino, quien falleció en 1949, alcanzaron notoriedad a partir de principios de los años 30 con edificios y muebles funcionalistas. Pero hoy se conocen poco las 27 saunas independientes que Aalto diseñó a lo largo de su carrera. Incluso en sus proyectos más experimentales —como el Sanatorio de Paimio de 1933, con influencia de la Bauhaus en las afueras de la ciudad de Turku, y la cabaña de verano construida en ladrillo en la isla de Muuratsalo de 1954, que él y su segunda esposa Elissa usaron como laboratorio arquitectónico—, Aalto solamente incorporaba ajustes modestos en una tipología milenaria. En esta última, por ejemplo, en lugar de alternar los extremos estrechos de los troncos para formar una pared rectangular, los agrupó como si se tratara de los tallos de un ramo, abriendo sutilmente la estructura en forma de fuelle. Las saunas eran “el único lugar en la arquitectura de Aalto donde decía: ‘No tengo que rediseñar todo’,” comenta Timo Riekko, curador en jefe de la Fundación Alvar Aalto.

Lo mismo puede decirse de los herederos fineses más radicales del arquitecto, Reima y Raili Pietilä, una pareja que, desde los años 60, llevó el organicismo de Aalto a formas inesperadas. Dos décadas más tarde, cuando compraron un terreno en el archipiélago suroccidental de Finlandia, los Pietilä construyeron dos melancólicas saunas negras con troncos de pino macizo. Con sus aleros ornamentados y llevados hasta el extremo expresionista, los edificios parecían un par de siluetas escarpadas entre enebros y robles. Pero pese a sus formas en principio inescrutables, estas saunas no eran más revolucionarias que las de Aalto en Muuratsalo.

Ese sentimiento de consistencia es el que sigue definiendo gran parte de la arquitectura finlandesa. Hace doce años, el arquitecto Tuomas Silvennoinen, de 55 años y director de PES-Architects, desmontó una sauna de troncos centenaria en su casa familiar frente al golfo de Finlandia y la sustituyó por una cabaña y un pabellón de baño de casi 100 metros cuadrados que parece flotar sobre un afloramiento de granito, como un muelle de madera arrastrado por las rocas. “Lo interesante de las construcciones de madera es que cada parte se puede reemplazar”, comenta. “Puedes volver a hacerlo todo.”

Finlandia sigue siendo una nación en los márgenes: primero de los imperios, luego de Europa. “Tratar de estar en el centro no es parte de nuestra mentalidad”, comenta Anssi Lassila, el fundador de 52 años del despacho OOPEAA, u Office for Peripheral Architecture (Oficina de Arquitectura Periférica). Si Aalto y los Pietilä naturalizaron influencias globales para transformar pequeñas saunas de troncos que solían ser privadas, Lassila y sus contemporáneos hacen lo opuesto: suelen integrarlas en edificios más grandes que ofrecen programas públicos.

La zona del vestidor para el proyecto en Fiskars de Mattila & Merz, creada con técnicas tradicionales de construcción como ensamblajes en las esquinas (visibles al abrir la puerta) y lino entre los troncos para el aislamiento. Crédito: Luana Rigolli.

En 2016, Lassila diseñó una sauna de 36 metros cuadrados para una villa de verano construida unas seis décadas antes por uno de los discípulos de Aalto, Aarne Ervi, en las afueras de Helsinki. Teñida de negro y semienterrada al pie de una ladera cubierta de pasto, la estructura de madera se ve sobria y sólida, como una silueta de la casa vecina, hecha de vidrio y yeso, y aparentemente ingrávida. Pero con su pronunciado y largo techo a dos aguas asentado en el relieve del paisaje, la sauna también se parece al diseño de Lassila para el Konsthall Tornedalen, un espacio expositivo que OOPEAA comenzará a construir este año justo del otro lado de la frontera sueca, en Laponia. “La periferia”, dice Lassila, “es donde está ocurriendo el cambio.”

Sin embargo, no todos esos cambios son positivos. El aumento de la temperatura ha secado las turberas que absorben carbono en el norte indígena de la misma manera en la que los arrecifes de coral se han decolorado en los trópicos; la reforestación con monocultivos, que reduce la diversidad ecológica, sigue siendo una práctica común pese a que Finlandia cuenta con una industria forestal bien regulada. Aun así, los objetivos climáticos ambiciosos del país reciben un amplio apoyo por parte de la juventud finlandesa, el mismo grupo demográfico que ha recuperado los baños comunales como una infraestructura cívica esencial. En ese mismo periodo, el país ha logrado prácticamente erradicar la situación de calle gracias a un ejemplar programa de vivienda pública que comenzó en 2008, y muchos de esos bloques de departamentos propiedad del estado tienen saunas. Desde hace años, las y los investigadores finlandeses han demostrado que las saunas pueden reducir la presión arterial y mejorar la función inmunológica; ahora parece evidente que también ayudan a que la sociedad funcione mejor.

Igualdad, responsabilidad compartida, apoyo mutuo: estos valores, cultivados en la sauna, son tan esenciales para Finlandia, y para su futuro sostenible, como la propia madera. Y es que la sauna, más que un edificio o un lugar, es un ritual. Lassila describe la experiencia como “una forma de lavarse mentalmente”. Riekko, de la Fundación Alvar Aalto, se refiere a la sauna de vapor de Muuratsalo como “el sanctasanctórum”. Es común que las madres y padres finlandeses les digan a sus hijas e hijos que deben comportarse en la sauna como lo harían en una iglesia, comenta Silen, quien trabaja con personas voluntarias para encender una docena de saunas de humo cada sábado de verano en el Sauna Village de Jämsä, un conjunto de edificios históricos que fueron reconstruidos a las afueras de Jyväskylä comenzando en 2012. Pero “yo tiendo a pensar que originalmente fue al revés”, dice. “Uno debería comportarse en la iglesia como lo haría en una sauna.”

Sin embargo, una savusauna se siente menos como una iglesia y más como un vientre. La luz del día apenas alumbra las paredes ennegrecidas por el hollín. El aire, perfumado con humo de leña, puede superar los 90 grados centígrados. Las piedras al rojo vivo silban al contacto con el agua que se vierte sobre el brasero y una nube de vapor sube hacia el techo bajo. Una oleada invisible de calor te recorre el cuero cabelludo y baja por la nuca, una presencia fantasmal tan viva como las personas reunidas junto a ti en la oscuridad. Finalmente, después de cinco minutos, o 10 o 20, sales al aire fresco. Las sombras se disuelven para revelar cuatro paredes de madera, un techo inclinado y aleros profundos que protegen del sol, la lluvia o la nieve. “¿Qué —pregunta Silen— podría ser más eterno?”.


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