
Carolina Chávez Rodríguez
La llegada de estas fechas siempre invita a disfrutar de noches espeluznantes, a solas o en compañía. Y aunque el terror mexicano tiene joyas indiscutibles —El escapulario, Hasta el viento tiene miedo, El vampiro o la filmografía completa del Santo—, esta lista reúne cinco películas que me obsesionan por su estética, su narrativa y la capacidad de provocar miedo sin recurrir a lo obvio.

Veneno para las hadas (Carlos Enrique Taboada, 1984)
Bajo la dirección de Carlos Enrique Taboada, Veneno para las hadas relata la historia de dos niñas. Verónica (Ana Patricia Rojo), una pequeña de imaginación siniestra influida por los cuentos que le relata su nana, está convencida de ser una bruja. Flavia, su nueva amiga, se deja arrastrar por esa fantasía hasta que un suceso fatal sella su destino.
Por qué me gusta:
Esta es mi película favorita de Taboada. Me fascina cómo la cámara otorga protagonismo absoluto a las niñas: los adultos aparecen apenas sugeridos, fuera de cuadro, como presencias difusas. Es una historia que indaga en el mundo interior, perverso e ingenuo, de la infancia.

Alucarda, la hija de las tinieblas (Juan López Moctezuma, 1978)
Dirigida por Juan López Moctezuma y protagonizada por Tina Romero, esta cinta cuenta la historia de Justine y Alucarda, dos jóvenes huérfanas alojadas en un tétrico convento. Tras descubrir un féretro oculto, ambas son poseídas por el diablo. A partir de ese momento, el filme se sumerge en un universo de vampirismo, aquelarres y sátiras religiosas.
Por qué me gusta:
Alucarda es una experiencia radical. Entre sangre, erotismo y religión, se desborda una estética gótica que rompe con la moral de su época. Basada en una novela de Sheridan Le Fanu, es quizá la película más intensa del terror mexicano. Los ojos de Alucarda son un abismo del que no se sale igual.
Macario (Roberto Gavaldón, 1960)
Basada en la novela de B. Traven, Macario narra la historia de un campesino obsesionado con comerse un pavo entero él solo. Cuando por fin lo consigue, se interna en el bosque para cumplir su sueño, pero en el camino se encuentra con tres figuras: Dios, el Diablo y la Muerte. Solo con esta última decide compartir su comida, y el gesto cambiará su destino.
Por qué me gusta:
Macario es una fábula esencial sobre el deseo, la inocencia y la muerte. A pesar de las críticas que la califican de “folclórica” o “hecha para extranjeros”, su potencia simbólica es innegable. La fotografía de Gabriel Figueroa y la actuación de Ignacio López Tarso la convierten en una obra inmortal.

Ensayo de un crimen (Luis Buñuel, 1955)
Archibaldo (Ernesto Alonso) es un niño de familia burguesa que cree que su caja musical tiene el poder de matar con solo desearlo. Ya adulto, confiesa ante un juez los crímenes que cree haber cometido con el pensamiento.
Por qué me gusta:
Aunque no es una película de terror en sentido estricto, Buñuel explora aquí el deseo, la culpa y la fantasía homicida con humor negro y una extraña ternura. Ensayo de un crimenes una joya oculta de su filmografía mexicana, una sátira sobre la mente y sus delirios. Imperdible para amantes de las cintas de Buñuel, pero también para los que no.
El libro de piedra (Carlos Enrique Taboada, 1968)
Silvia llega con su padre a una casona en el campo. Pronto comienza a hablar con Hugo, su amigo imaginario, que parece estar ligado a una estatua antigua del jardín. Lo que empieza como un juego infantil se transforma en una historia de posesión, brujería y amor más allá del tiempo.
Por qué me gusta:
Durante años, esta película me quitó el sueño. Sin necesidad de efectos ni sangre, Taboada logra una atmósfera hipnótica y terrible. El libro de piedra es una historia sobre la amistad y la inocencia llevadas al límite, una de las películas más queridas del cine mexicano por razones que aún nos cuesta nombrar.
El terror mexicano nunca ha sido solo miedo: es una manera de mirar lo invisible, de hablar de lo que se calla. Desde los ecos coloniales hasta las casas encantadas de los setenta, cada una de estas películas resguarda una pregunta sobre la infancia, la fe y la muerte. En ellas, el horror no destruye; revela.