
Carolina Chávez Rodríguez
En un extremo árido de Baja California Sur, donde el sol dibuja sombras afiladas y el viento pule la tierra, aparece Casa Guaro. Antes de cualquier plano existía un zalate, ese higo salvaje de raíces obstinadas que prospera en suelos de sequía. El equipo de Yturbe Taller de Arquitectura entendió que la casa debía nacer desde ahí. No como gesto pintoresco, sino como aceptación de una condición. El árbol como eje que determina la vida cotidiana.
La vivienda se articula alrededor de un patio que alberga cuatro torotes rescatados del terreno. Su presencia no busca dramatismo, pero establece un ritmo propio. La casa se ordena a su alrededor con una naturalidad que recuerda que el desierto también dicta escalas y silencios. Los volúmenes se abren hacia el paisaje sin perder la contención necesaria, mientras la vegetación existente se protege o se reubica con cuidado. El jardín perimetral no pretende domesticar la tierra. La acompaña.


La materialidad sigue la misma ética. Muros de piedra trabajados a mano que devuelven textura al terreno. Interiores blancos que amplifican la luz, madera en techos y pisos que introduce un pulso cálido y sereno. Concreto lavado en patios y terrazas que funciona como una transición entre lo natural y lo construido. La casa parece surgir de un equilibrio delicado entre resistencia y permanencia.
Las áreas comunes se diluyen hacia el exterior mediante ventanales que desaparecen cuando la luz es suave. La sala y el comedor se comportan como espacios flexibles que aceptan sombra, viento y silencio. Las recámaras, en cambio, se orientan hacia vistas controladas. Privacidad sin aislamiento. Austeridad sin pobreza visual, que obviamente provocan y evocan descanso.
En el acceso aguarda un saguaro centenario rescatado de un predio vecino. La figura es imponente y, aun así, discreta. Su presencia explica de forma inmediata el origen del nombre, pero también sugiere una manera de estar en el territorio sin imponerse.


Casa Guaro evita la postal fácil del desierto. Su fuerza reside en aceptar las condiciones extremas del entorno y responder con materiales sencillos, proporciones precisas y una lectura sensible de lo existente. No pretende imponer un orden nuevo. Se integra a uno que ya estaba en funcionamiento desde antes.
El proyecto invita a pensar la arquitectura desde una posición menos extractiva. Una casa que escucha. Una casa que se acomoda. Una casa que entiende la complejidad del paisaje sin convertirla en espectáculo.